jueves, 21 de marzo de 2019

La Bestia


Es tan sublime ese aroma al que me acostumbré todas las mañanas al despertar cerca de ti. Tan gélida, raquítica; y es que se te veían hasta los huesos.

Me asomé a la ventana para observar los nacientes rayos de sol alumbrándote esta última  mañana. Tu silencio y latidos vivirán, o más bien divagarán entre mi mente, yendo y viniendo, con libertad y sin control. Tan solo pasó en segundos, yo los sentí eternos, como las discusiones que teníamos antes del final. Eternos como los gritos repentinos, los silencios en ausencia de la perdida magia que nos hacía ser uno solo. Aún te admiro como el primer día que nos conocimos, pero solo eso queda.

Necesito una nueva compañía, antes que vuelva a enloquecer, pero ahora tengo que cremar a Margot y sus cenizas deben reunirse junto a las de Helga, Sarai y Rose.

Esa noche traté de dormir, pero en mi cabeza aun daba vueltas la última discusión que tuvimos. Encendí un cigarrillo y me senté al borde de la cama, justo donde me despedí de ti, de la manera más  taimada, más sádica. Aún siento tu cuello en mis manos, tu aroma quedó impregnado en mis dedos. Susurro las canciones de cuna que usabas para tranquilizarme.
Solías domarme tan sublime, no recuerdo cuando dejaste de hacerlo, cuando esa bestia tomó posesión de mí. Solía verme tras una pantalla aislado entre mis pensamientos, intentando detenerme. Pero esa bestia no me lo permitía, nunca me lo permitía…

Al cuarto día fui a un bar al otro lado de la ciudad, no podía dejar de sentirme tan solo. En la esquina de la barra se encontraba una muchacha de ojos azules, como los de Margot, cuando solía observarme mientras disfrutábamos del atardecer. Sonreí mientras veía a ésta muchacha, cuando de pronto volteó al darse cuenta que la miraba. Avergonzado giré hacía mi vaso de vodka para beberlo.


—Eh, pervertido qué estabas mirando —me dijo la muchacha de ojos azules mientras se acercaba a mí.

—No fui mi intención incomodar, solo estaba observando...

—¿Observando mis pechos? —me interrumpió con rapidez.

—Quise decir tus ojos —respondí nervioso…

—Pero creo que mejor me voy —dije mientras bajé del asiento y di media vuelta.

—No, espera, continúa. Solo tuve un mal día —respondió deteniéndome al sostener mi brazo.


Y así fue como comenzó una nueva historia junto a Beth, ella podía mantener a esa bestia aislada en lo más profundo de mi mente. Presentía que ahora sería diferente.

Ella se convirtió en mi bálsamo para la soledad, mi remedio para acabar con la bestia que me consumía. Sus ojos irradiaban más que los de Helga, Rose, Sarai o incluso que los de Margot. Me encantaba llevarla a la playa, sentarme junto a Beth, observar cómo los rayos de sol hacían relucir ese brillo incandescente suyo.


—¿Mi amor, puedo preguntarte algo? —me dijo mientras me sonreía y acariciaba mi cabello.

—Lo que tú quieras, preciosa —respondí con la mirada perdida entre sus ojos.

—Cuando me observabas en el bar la primera vez que nos conocimos ¿A quién te hacía recordar mis ojos? —me preguntó con curiosidad.

En ese instante recordé a Margot, recordé nuestra discusión final, recordé a la bestia.

—¿Amor, estás bien? —me dijo preocupada al verme congelado.


Una vez más, volvemos al principio, esa bestia  tomó posesión de mí. De un golpe en la cien cayó azotando su cabeza sobre la arena, la llevé inconsciente hasta la casa, el resto es historia.



Nota: Este cuento fue publicado en la antología "Letra infausta" de El Asilo de Arkham.


jueves, 1 de noviembre de 2018

Super 8

Era común en esas vacaciones de verano que Santino y yo nos reuniéramos en su casa para ver alguna película. Esta vez optamos por ver Siniestro, de género terror, llevaba  semanas queriendo ver aquella película y ese día se dio la oportunidad. 

Cuando regresaba a mi casa, rodeé el parque por la pista. En él se encontraba un grupo de perros, que aterrados ladraban acercándose lentamente; no me ladraban, ladraban  lo que mis ojos no podían ver a mi alrededor. Segundos después oí silbidos al compás de mis pasos. Se repitieron dos veces más. Giré hacia el sonido que me acechaba, pero no podía divisar nada que estuviera emitiéndolo.

Al llegar, abrí raudo la puerta de mi casa, solo quería dormir en ese momento. Así que me dirigí a mi habitación. Al recostarme sentí que me observaban, aún seguía perturbado por lo que estaba pasando. Ahora trataba de no cerrar los ojos, ya no quería dormir.

Comencé a rezar el “Padre nuestro” pero no lograba terminar, repetía una y otra vez cada que llegaba a la mitad de la oración. El sueño me venció y al cerrar mis ojos, sentí que algo arremetió sobre mí, una especie de nube negra en forma de espectro se abalanzó sobre mí. Pude reaccionar abriendo los ojos y girando hacia la izquierda junto a la pared. Mi hermano se encontrada al otro extremo del cuarto, en su cama. Me acerqué para decirle que me hiciera un espacio.
Ahora me encontraba asustado, nuevamente repetía una y otra vez el “Padre nuestro” incompleto, cuando sucedió de nuevo. Esta vez la temperatura de la habitación descendió con brusquedad. Desperté a mi hermano para decirle que algo extraño estaba sucediendo, pero ignoraba lo que trataba de decirle.

—Daniel, despierta, algo está pasando —me dirigía hacia mi hermano mientras lo codeaba, pero solo atinó a voltear y verme.

—¡Daniel, levántate! ¿No sientes que hace demasiado frío? —lo jalaba una y otra vez para que me prestara atención —pasa tu mano alrededor  de donde estoy.

Al ver con claridad mi rostro de preocupación hizo caso a lo que le pedí. Al pasar su mano, su piel se erizó, ahora él también sentía ese gélido aire. Esta vez su expresión cambió quitándole el sueño. Tampoco podía comprender lo que estaba sucediendo. Así que esta vez decidí despertar a todos.

Ahora nos encontrábamos en mi habitación, todos sentían ese frío sepulcral que ahora cubría toda la casa. Las luces se apagaron, todo aparato electrónico dejó de funcionar por unos breves segundos. Ahora no solo el frío era sepulcral, también el silencio. Luego todo volvió a la normalidad y fingimos en ese momento que nada había pasado, como era costumbre. Todos se dirigieron a sus cuartos.
Antes de dormir revisé a qué hora me acostaba como lo hacía cada día. Al encenderla pantalla de mi móvil me percaté que algo se había descargado automáticamente. La aplicación no provenía del Play Store, era de origen desconocido. Esta tenía el nombre de “Super 8” y la imagen de la aplicación era de las videocámaras antiguas de este mismo modelo, la cual me recordó a la videocámara de la película Siniestro. Al abrir la aplicación la pantalla se puso negra, y el teléfono quedó congelado. Trataba de no asociar nada de esto con lo que había pasado hace un momento, tiré el teléfono a un costado y me recosté; tapándome por completo, cerrando mis ojos hasta quedarme dormido, ignorando el calor abrumador de ese verano.

El día estuvo normal, había dejado mi celular de lado casi todo el momento hasta que decidí agarrarlo. Al desbloquearlo, aún seguía aquella aplicación extraña, intenté eliminarla pero me era imposible. Trataba de no pensar lo sucedido anoche, así que obvié que estuviera allí.

Por la noche, a la misma hora de lo que había sucedido el día anterior, se encendió  la linterna de mi celular y emitía un sonido extraño, me acerqué a la mesa de mi cuarto donde se ubicaba mi teléfono. Al tomarlo me di cuenta que lo que se había abierto era esa aplicación. Estaba grabando, simulando una “Super 8”. Quedé  petrificado por un momento hasta que el celular se apagó. Lo dejé caer sobre la mesa y me dirigí hacia mi cama a dormir y fingir que nada estaba sucediendo. Al día siguiente mientras revisaba mi celular, encontré en la sección de vídeos una carpeta llamada igual que la aplicación perturbadora. Al abrir la carpeta encontré un vídeo, en cual contenía alguien grabando a toda mi familia mientras dormía, no contenía sonido alguno. Esta vez ya no podía ignorar lo que estaba sucediendo. Esa misma noche decidí comprobar si es que no era solo un juego de mi mente que aún seguía pensando en aquella película de terror y sobre todo en Bughuul.

Tomé el celular e intenté abrir la aplicación, esta oportunidad no tuve problemas, abrió con facilidad, casi podría decirlo, lo abrí con la mente, o al menos eso lo sentí. Comencé a filmar, cada parte de la casa, recorriendo habitación por habitación quizá con la inconsciente intensión de encontrarme a Bughuul…

Así comencé a utilizar aquella aplicación cada noche, sin percatarme que lo había tomado como un juego. No le había dado un nombre especial, simplemente lo llamaba por cómo estaba en mi celular, poco a poco aprendí a jugar con el “Super 8”. 
El juego consistía en levantarme a las dos de la mañana, que era el momento en el cual la aplicación se abría, para comenzar a grabar solo tenía que decir “Busquemos a Bughuul”. A veces percibía que Bughuul me buscaba a mí y yo no a él. Cada vez que la usaba encontraba más símbolos como en los que aparecía en la película. Decidí mostrárselo a Santino, la siguiente vez que nos reuniéramos a ver películas en su casa…

Era martes y ya habían pasado tres semanas desde que todo comenzó en esa madrugada. Había quedado con Santino en ver películas esa noche, pensé que era el momento perfecto para mostrarle mi nuevo juego. No era muy creativo inventando nombres así que solo lo llamé por cómo estaba en mi celular…

—Oye viejo, quiero mostrarte un juego en mi celular, lo llamo Super 8 —enseguida saqué mi celular que estaba en mi bolsillo derecho, qué extramente la aplicación estaba encendida.

De pronto comencé a perder el control de mi cuerpo. Ahora me hallaba frente a lo que era una grabación de Super 8. En ella veía a Santino en el suelo, junto a sus dos hermanas, hermano, madre y padre. Todos estaban inconscientes y con moretones en todo el cuerpo. Quien grababa al parecer era yo. En mi mano izquierda sostenía una daga muy peculiar, en la hoja llevaba un grabado, era el símbolo que representaba a Bughuul. Comencé a cortar las extremidades inferiores y superiores de cada uno, excepto la de amigo y su hermana menor. Luego corté sus rostros mientras observada con detenimiento cómo se separaban de sus músculos. Cosí los brazos y rostro de su madre en los de su hermana más grande y viceversa; lo mismo hice con los de su padre y su hermano. Solo quedaba mi amigo y su hermana pequeña. Esta vez  hice un corte horizontal  sobre el abdomen de Santino, Quité todas sus vísceras e introduje con suma cautela el cuerpo de su hermana dentro del abdomen y lo cocí.

Desperté luego en la comisaría que quedaba a varias cuadras de mi casa. Ahora tenía que pagar condena sobre algo que al parecer había cometido sin intención. En los medios de comunicación y redes sociales se filtró el vídeo grabado por mi celular, en el cual se podía observar todo lo que sucedió esa noche, el título y la frase que mencionaba al final del vídeo fue “¿Jugamos al Super 8?”


Nota: Este cuento fue publicado en la antología "Juegos Macabros" de la revista Aeternum.

Mr. Poke

Ya es media noche y aún no sale ese bastardo. Lo he estado siguiendo desde hace poco más de  dos semanas y siempre tiene la misma rutina, pero... ¿Por qué tardará tanto? ¡Bully! Tienes que calmarte, todo saldrá a la perfección, no es el primero ni el último. He vaciado un poco el tanque de su auto, esto suena tan cliché, pero no a todos les resulta bien. No lo han planeado tan perfectamente como yo...

Han pasado quince minutos y todavía no sale... Espera, ahí está. Todo saldrá a lo planeado. Esto es solo un entrenamiento. Muy pronto nos veremos, detective Strokes, muy pronto nos veremos.

Es cierto, puedo oler como apestan sus manos a pescado. Sé que está vivo entre sus manos…

«—¿Vas a comerte tu plato, maldito bastardo? —Dijo Jacob, mi padrastro, alzando la voz con tono amenazante. 

—¿Eso fue una orden? — Le pregunté a mi mente.

—No te quedes paralizado, mocoso estúpido. —Tomó pedazo por pedazo el pescado y lo metió en mi boca. No soportaba el olor y Billy lo sabía.

—¡Detente! —dijo Billy, mi hermano gemelo, intentando defenderme. —Pero sabía que ahora él estaba en su mira.»

Tienes que concentrarte Bully, no se te puede escapar. Enciende el auto que ya es hora. Sigue el olor de ese bastardo. Conduje siguiendo su rastro. Pues solo necesitaba minutos para alcanzarlo. Estaba seguro que se detendría en el lugar exacto…

«—No, Jacob. Por favor, no le hagas daño. Es mi culpa. —Quise acercarme, en el momento que Jacob arrastró a mi hermano por el pasadizo estrecho de la casa —Ni se te ocurra, maldito bastardo, ni se te ocurra. —No podía sacar esas palabras de mi mente.

—No, Bully, quédate quieto. No te acerques —gritó Billy entre quejidos. Mientras mi madre observaba muda en su asiento. Pues estaba ahí, pero no existía para nosotros.»

Detuve mi coche a metros del suyo. Estaba predicho, sé que estaría afuera quejándose.

—Maldita chatarra de mierda —repitió dos veces en voz alta, mientras pateaba la llanta delantera derecha.

—¿Puedo ayudarle en algo, señor? —dije, luego de bajar del auto y acercarme lentamente.

Al escucharme asomó su cabeza sobre el capó —nuevamente se me descompuso este vejestorio —respondió un poco más tranquilo. Pues para él, yo era su salvación.

—Debería revisar el medidor de gasolina, tal vez sea eso —respondí casi afirmando, mientras observaba el coche.

Se acercó a la puerta del piloto, la rodeó y asomó su cabeza dentro del coche.


—Tienes razón, tenía el tanque vacío, espera… ¿Cómo lo sabías? —retrocedió y giró hacia mí.


Lo golpeé en la cien con una manopla de acero. La había modificado, en los nudillos le había soldado una placa lisa y curva, a su medida. No quería ensuciarme con su sangre asquerosa. Lo aturdí, suficiente como colocar mis manos sobre su garganta.

—Ni se te ocurra, maldito bastardo, ni se te ocurra —le dije mientras estrujaba su garganta.

Tenía los mismos ojos de Jacob. Sus manos olían a él. —Ahora yo soy quien te protege Billy, nadie más te hará daño —hablé entre mis pensamientos.

Sus quejidos fueron intensos, mientras se retorcía. Mirándome con esos ojos azules casi saliendo de orbita. Abriendo el hocico con la lengua entumecida.

—Ahora quién se queda paralizado, inútil —pensé en voz alta.

Este cuerpo solo iba saciar por el momento el hambre de venganza. Sé que Billy estaría orgulloso de mí si estuviera aquí, pero esa sucia detective lo mató. No es hora de estar pensando, debo actuar de acuerdo a lo planeado. Llevaré el cuerpo al depósito, para comenzar el procedimiento…

«—Observa como lo hago, Bully —se dirigió hacia mí, mientras tomaba el bisturí.

Hizo un corte a dos dedos del pezón izquierdo de su obra, como así lo llamaba, ya muerta. Introdujo con cuidado la cánula para drenar toda la sangre.»

Esta vez me encontraba sin la ayuda de Billy, pero sabía que él me había preparado para este momento, así que comencé con el procedimiento.

Drené hasta última gota de sangre de ese bastardo, luego hice un corte a la altura del abdomen para vaciar todo el interior. Sus asquerosas vísceras cayeron sobre el pavimento deteriorado del sótano de aquella cabaña a la que le llamaba depósito. Saqué las dos cubetas de pescado que había guardado en un congelador. Rellené de pescado congelado su interior, cosí su abdomen y apliqué una grapadora para asegurar el corte. Extraje sus repulsivos ojos azules, no permitiría que me volvieran a ver; tomé un par de repuestos de los pescados sobrantes y se los coloqué, no podía dejar esos espacios vacíos.

Preparé el cuerpo para dejarlo unos kilómetros de donde lo había estrangulado. Regresé a casa más tranquilo y después de un par de horas encendí el televisor esperando que mi obra, como la llamaba Billy y como ahora yo la llamo, saliera en las noticias. Otra obra mía terminada con éxito, otra obra de “Mr. Poke”.


Nota: Este cuento fue publicado en la antología TENEBRARUM IV.


lunes, 24 de septiembre de 2018

MONÓLOGO DE UN SUICIDIO

Hoy es mi cumpleaños. Como cada año, recuerdo que no estás aquí y no lo estarás, pero... Esta vez es diferente. Me siento solo, me siento extraño. Esas personas me esperan en la sala, están ahí, a unos metros de mí, pero me sigo sintiendo solo; al recordar que años atrás tú eras la única conexión entre todo y yo. Ellos me esperan, ansiosos de celebrar como lo hacen la mayoría. No puedo fingir, no puedo hablar; no puedo reír, ni mirar. Solo estoy parado en el medio. Estoy ahí, pero no lo estoy, o al menos ya no más. Me dejaste encerrado en una jaula, olvidado en el pasado, olvidado entre recuerdos. Aquellos recuerdos que se decoloraban con el tiempo, esos que los añoraba con ilusión. Ahora me envolvían en melancolía.

Intenté arrebatar el alma de mi cuerpo, lo intenté dos, tres o cuatro veces; no lo recuerdo, o no quiero recordar, espera... Tal vez lo recuerde.

Estaba desesperado, atrapado entre paredes y sábanas blancas. Todo era blanco para los demás, mas no para mí. No puedo esperar más, mi alma no puede seguir ahí, mi mente ya no lo está. Observé ese cajón, donde se hallaban drogas, de esas que la llaman legales. Me asomé por si alguien se acercase, lo planeé en segundos. Las tomé casi todas, pues interrumpieron el final. Quedaron unas cuantas, regadas sobre esa sábana blanca, sobre ese piso tan impecable. No lo logré, pues horas después me encontraba en el mismo lugar, más calmado, más desorientado; ellos me veían ahí, más no yo.

Pasó más de un año. Ahora me hallaba en la cocina, no podía soportarlo más. Esta vez no había nadie cerca, no en ese momento. Nuevamente esas drogas. Esta vez eran más, apiladas en cajas y por tiras. Ya no eran miligramos, eran gramos; no me importó contarlas una por una, solo sé que fueron más de cien, doscientos o tal vez trecientos. Eso ya no importaba, pues me las había acabado por completo. Todo fue tan rápido. Me hallaba nuevamente en donde todo comenzó.

Solo recuerdos esos sucesos, pero presiento que fueron más veces.

Ya no hablaba más con ella, no respondía mis mensajes. Solo siento que al irse, se llevó mi esencia. No podía sonreír, al menos no como lo hacía cuando estaba cerca.

No tengo esa ilusión de los demás esperando el último mes, el final del año. Esa temporada del año donde todos son felices. Ese mes tan efímero, pero para ellos lo vale.

Pasaron semanas y no pensé que ocurriría nuevamente. Solo que ahora debía hacer algo al respecto, ya no podría seguir aquí…


¿Tal vez he llegado al final? ¿O tal vez el final llegó a mí? ¿Hay algo que me impide avanzar? ¿O es que estoy frente al final? ¿Es una pared o es el abismo? Nunca lo sabré hasta que mi corazón deje de latir. ¿Quieres saber que hay detrás de esa pared o debajo del abismo? Nunca lo sabrás hasta que mi corazón deje de latir. ¿Qué es lo que sucede? ¿Quiénes son todas esas personas reunidas en ese lugar? Lo siento, guarden la hipocresía. Esto terminará pronto, y pronto ya nadie estará en ese lugar. Apresúrate, no hay tiempo y pronto llegarán. Necesito espacio, necesito un nuevo lugar, ellos no pueden observar hasta que esto termine. No debe estar nadie cerca cuando suceda, nadie debe impedir lo inevitable, lo inmutable y lo invariable. Mi corazón debe dejar de latir pronto, o ellos al llegar lo impedirán. Rápido, toma ese cable grueso y conviértelo en un nudo. Deja una nota como cliché, un testamento como cliché, todo es adrede. Estoy listo para ello, debo colocar una silla como algo rutinario, debo seguir los pasos recomendados; hay un itinerario, es eso o tal vez son instrucciones básicas. Repito, todo es cliché y está hecho adrede. Esa es la solución que voy a dar para esto, no es la correcta pero pronto todo pasará, nadie recordará, esto es momentáneo; el tiempo es relativo, será un proceso efímero o longevo. Ese tiempo es variable para todos. Ya está todo listo, solo debo colocarme como está planeado. Esto está yendo rápido, mi corazón está dejando de latir, mi pulso se está desvaneciendo...

Me hallo en el suelo ¿Por qué todo da vueltas? ¿Cuánto tiempo ha pasado? La silla está en el suelo y el fierro que me sostenía con el cable se ha doblado; el cable se encuentra a mi costado. ¡Lárgate! ¡Déjame en paz! ¿Qué acaba de suceder? ¿Han pasado segundos? ¿Han pasado minutos? ¿Qué fue lo que vi? No comprendo nada, no puedo describir detalladamente todo lo que viví, lo que sentí, lo que pasó. Son tantas cosas, y tiempo no fue relativo esta vez. Vi pasar, segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años y no lo comprendo. No comprendo como me hallo aquí, en este suelo que me acoge sin remordimiento y sin juzgarme.

Recuerdo sostenerlo en mis brazos, un futuro por delante; un futuro invariable, inmutable. Emitiendo ese sonido agudo, tan cotidiano en aquella sala.

Recuerdo el aroma perfecto del pasto. Ya no era uno meciéndose entre mis brazos; el tiempo jugaba su partida; ahora eran más y no cabían más en mis brazos. Nos preparábamos para una foto familiar.

Recuerdo hallarme senil y cansado, el tiempo me guiaba como un viejo amigo y no lo notaba. Esperaba mi hora acompañado de alguien más joven que yo. Pude notar de manera sutil cuando colocó su mano sobre la mía y observé de reojo. Era joven aún, pero podía notar toda esa experiencia; esos años vividos, ni tan cortos, ni tan largos. Solo agradecía que estuviera cuando partiera una vez más...

Volví a sentir mi corazón dejar de latir, y ahora me encuentro aquí nuevamente. Ya nada parece real, todo es tan diferente, pero nada parece haber cambiado. ¿Cuál es la respuesta para esto? ¡Esa no es la pregunta! ¿Por qué me regreso eso? ¿O esa? Él o ella? ¿Cómo puedes definir lo indefinible? ¿Como puedes describir lo indescriptible? ¡Esas son las preguntas!


Nota: Este cuento fue publicado en el tercer número de la revista literaria Ibídem.

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jueves, 26 de julio de 2018

EL MENSAJERO DE SUPAY

Se escuchaban gritos de dolor en la plaza.

Cuatro caballos tiraban en direcciones contrarias. Una familia rodeada en la plaza de Tinta por los espectadores temerosos y sus verdugos sedientos de sangre. Tan solo quedaba uno de ellos, quizá el más formidable… 

Los esfuerzos fueron en vano, pues no podían ante tal excepcional hombre. Los potros no pudieron arrancarle los miembros, pues no solo luchaba con su fuerza enorme, también con la voluntad de no ver caer a su pueblo. Optaron por decapitarlo y segundos antes de morir, pronunció aquellas palabras.

—¡Qhawaykuway! ¡Qhawaykuway! —le gritaba a sus verdugos mientras lo miraban, él estaba con sed de venganza —¡Maypipas!... ¡Supay ñakay!

Gritó hasta que silenciaron decapitándolo, o al menos eso creyeron…

El cielo se nubló, la temperatura descendió con brusquedad. Los espectadores aterrorizados por las últimas palabras de José Gabriel Condorcanqui, desesperados por lo que sabían que iba a suceder, corrieron despavoridos. Pues Supay era alguien de temer.

La neblina densa cegaba toda la plaza, poco a poco comenzaron a escucharse gritos en todos lados. No había excepción, hombres, mujeres, niños. Se escuchaban sus gemidos cada vez más intensos. Supay había aparecido no para llevarse el alma de Condorcanqui. Estaba para regresarle lo que le pertenecía, su último aliento por toda la eternidad. Con ese aliento lucharía hasta el fin de los tiempos.

Casi media hora después, la neblina comenzó a disiparse, se podía apreciar los cuerpos de sus enemigos regados por toda la plaza. La sangre aun manteniéndose calientes como los baños termales de Machu Picchu.

La presencia del señor del inframundo desapareció, pero dejó en su lugar al hombre que lo había llamado con ansias.

Los jinetes lograron huir en sus caballos a varios kilómetros de la plaza. Pero eso no iba a evitar sus destinos. Pues el señor del inframundo reclamaba sus almas con voracidad.

Lento fueron cayendo uno por uno. Sus cuerpos fueron atados en warakas, arrastrados por el hombre maldito.

Su historia trascendió con el pasar de los años. Va divagando, con sed de venganza. Intentado consumar el dolor de la pérdida de su familia.

La inmortalidad, era el precio que tenía que pagar por su llamado. Tupac Amaru II reclamaría a su paso las almas que le pertenecen a Supay.


Glosario:

-Qhawaykuway / Mírame.
-Maypipas / Donde sea.
-Supay / Diablo. Dios de la muerte y señor del inframundo.
-Ñakay / Maldecir.


Nota: Este cuento fue publicado en la antología "Heroes y Santos" de la revista Aeternum.


martes, 24 de julio de 2018

LA CORBATA DE MI PADRE


Era poco convencional la relación entre mi padre y yo. Él, por su parte, no solía dialogar a menudo conmigo. Pero esta vez llevaba sin hablarme una semana aproximadamente, tampoco me miraba, comenzaba pensar que ya no era el mismo.

Se acercaba el día del padre, como solía ser cada año, siempre intentaba regalarle algo diferente. Esta vez había optado por una corbata, jamás le había regalado una. Era demasiado común, pero quería que aquella corbata formara parte de un plan para poder acercarme a él.

Emprendí la búsqueda de aquella corbata poco convencional.

Las calles solían perder el brillo a cada segundo. Sentía el tiempo pasar raudo, era eso, o tal vez yo era lento…

Creí haber pasado por esta calle tres veces hoy día. Era mi intuición o al menos eso sentía.

Las personas me observaban con inquietud, quizá podían leer mi mente…

Parpadeé una o dos veces. Observé mi reloj que marcaba más de las doce de la tarde. Debía apresurarme antes que el día me ganara...

Giré en la siguiente esquina que daba a un pasaje no tan concurrido en esa vieja ciudad.

El final de aquél, terminaba en una tienda muy peculiar. Tenía ese feng shui que atrapaba mi inconsciente; controlaba mi cuerpo, lo atraía como miel a la abeja. Su puerta rustica albergaba esos años que mi padre los llevaba en el rostro; sabía que allí encontraría una corbata a su gusto…


—¿Buenas tardes? —dije intentando llamar la atención del vendedor.

Colocó sus lentes encima del crucigrama sin completar y se dirigió hacia mí.

—Acércate hijo, llevas buen rato buscando un regalo para tu padre al parecer —sonrió taimado.

—De hecho llevo buscando desde la mañana —respondí muy ansioso.

—Creo que tengo el regalo perfecto para esta ocasión —dijo levantando el dedo índice en signo de iluminación.


Dio media vuelta y se acercó a la esquina del estante. Tomó una caja no tan pequeña, estaba envuelta en papel de regalo. Regresó y lo colocó al costado de los lentes.


—De seguro esto le fascinará a tu padre —asintió con la cabeza entre cerrando los ojos.

—¿Pero cómo puedo saber qué es lo que estoy buscando? —respondí anonadado.

—Solo revísalo en casa antes de entregárselo —dijo mirándome con esos ojos grises y penetrantes.


La alarma de mi reloj de bolsillo comenzó a sonar. Se me hacía tarde.


—¿Cuánto le debo? —dije mientras buscaba mi billetera en el abrigo.

—Nada, hijo—respondió muy tranquilo —el regalo ya está pagado.


Estaba apresurado, pues mi reloj no dejaba de sonar y eso me ponía nervioso.

Comencé a caminar rápido para llegar a tiempo a mi casa.

Las calles se hacían demasiado largas, y mi reloj no paraba de sonar. Sumergido en la desesperación opté por correr lo más que pude hasta llegar a casa.

Al abrir la puerta fui directo a mi cuarto, pues tenía que revisar el regalo antes de entregárselo a mi padre. Debía cerciorarme de que era perfecto. Abrí el regalo muy despacio, pues no quería arruinar la envoltura. Proseguí a quitar la tapa. Contenía una corbata azul metálico. Sonreí con entusiasmo, pues era el color favorito de él. La tomé del empaque con mucho cuidado. Al observarlo detenidamente noté que estaba manchado con pequeñas gotas rojo carmesí. No puede ser lo que estoy pensando.

¡Si, eso era! ¡Manchas de sangre! Quedé petrificado por varios segundos, luego, dejé la corbata a un lado y revisé la caja. Me percaté que debajo de la corbata había una nota. Al tomarla y observarla, noté que la letra era perfectamente idéntica a la mía. ¿Cómo era posible eso? No podía comprender nada, mi corazón comenzó a latir muy raudo. Mi reloj empezó a sonar de nuevo. No entendía nada de lo que estaba sucediendo…

Habían pasado horas, pues el reloj marcaba las siete de la noche. Tomé la corbata y me dirigí a su cuarto, sabía que él me estaba esperando ahí. Toqué la puerta.


—¿Papá, estás despierto? —dije muy ansioso.


Abrí la puerta contiendo mi éxtasis. Lo veía recostado en su cama, tan delgado que hasta los huesos se le notaban. Me acerqué risueño hacia él. Lo vestí con su terno favorito. Le quedaba suelto como cada año. Le hice un nudo cuidadosamente con la corbata que le había comprado, pues no quería que su cabeza se cayera por descuido.



Nota: Este cuento fue publicado en la edición N° 3 de la revista Molok.

viernes, 4 de mayo de 2018

DÍA NEGRO/NOCHE BLANCA

“Pum, pum” —sonaba una y otra vez la puerta. Retumbando al ritmo de mis latidos— Siempre entre las doce y tres, siempre entre las doce y tres de la tarde, —no podía sacar ese pensamiento de mi cabeza.

Sabía que era ella, pero ignoraba su llamado. No importaba que subiera las persianas. No importaba la luz entrando por la ventana de mi cuarto. Siempre sucedía entre las doce y las tres.

Esta vez ella logró romper la cerradura. La madera estaba desgastada y no era por las polillas, los golpes diarios sometieron el marco que acogía la cerradura. Retrocedí con la linterna en mano, la encendí al momento de chocar contra la pared; pero fue en vano, había demasiada luz como para notarse la de mi linterna. Cerré los ojos con fuerza. Sentí sus pasos acercarse hacia mí lentamente. Su respiración era agitada e intimidante. Se escuchaba con intensidad, al ritmo de sus pasos. Acercó su rostro hacia el mío, casi rozándome. Podía sentir su respiración quemarme. Sus latidos ahogaban mis oídos.


—No debo abrir los ojos —repetía una y otra vez entre murmullos.


De pronto, todo estaba silencio, solo se escuchaba mis murmullos. Seguramente son las tres de la tarde. Abrí lentamente mis ojos. Al abrirlos por completo su brazo se dirigió con violencia hacia mi sien, azotando mi cabeza contra la pared…

Desperté cuando el sol se había ocultado. Todo estaba de negro, solo una pequeña luz dibujaba la forma de mi ventana en el piso de mi habitación. Ahora era mi turno de buscarla por las calles.

Mientras me cambiaba de ropa noté que todo me quedaba grande, pero lo ignoré. Tomé mi sudadera favorita y me la puse. Sabía que para ella también lo era.

Las personas me observaban desconcertadas mientras caminaba por la vereda ¿A caso nunca vieron un muchacho caminar por la noche?

Me escondí en un callejón, esperando que mi sudadera favorita la atrajese… En el momento que la vi pasar por la esquina, le golpeé la cabeza con el martillo de la caja de herramientas de mi padre, sabía que no le importaría, pues él ya no estaba más con nosotros. Al instante cayó al suelo. Su cabello largo y burdo cubría su rostro. Estaba seguro que era ella, pero estaba vestida diferente. Llevaba puesto unos tacos número doce, falda corta, blusa escotada y una chaqueta de cuero. Emanaba olor a licor, cigarro y fluidos ocasionados por la libido.


—Maldita zorra, lo volviste a hacer —murmuré entre dientes.


La arrastré por el callejón, conocía cada rincón de la zona, sabía exactamente por donde pasar desapercibido. La colgué con los brazos extendidos al igual que las piernas y ajusté las cadenas con tensión suficiente para que el dolor la despertara. Le tapé la boca para que no gimiera. Encendí la televisión para opacar cualquier ruido. Tomé una sierra y comencé a cortarle las piernas muy lento. Sus ojos se salían casi de órbita mientras me observaba, la mordaza le impedía quejarse. Se retorcía con desesperación, mientras la sangre recorría cada rincón del sótano, las planta de mis zapatos se empaparon por el líquido hasta casi pegarse en el suelo.


—Ahora no podrás atormentarme más —dije en voz alta.


Al terminar retrocedí para contemplarla a distancia. Sabía que ahora ya no volvería a molestarme entre las doce y tres.

Al instante escuché un ruido, o al menos lo imaginé. Giré mi cabeza hacia la izquierda. En el espejo observé que yo era mi madre. ¿Cómo podría ser mi madre si ella estaba frente a mí? Me agarré la cabeza intentando no enloquecer. ¿Cómo podía yo ser mi madre? Aterrorizado retrocedí lento, hasta tropezar con algo. Caí al suelo de espaldas. Giré mi cabeza buscando saber con qué me había tropezado. Ese si era yo, o al menos parecía. Me encontraba tirado en el suelo sin piernas, emanando un olor a putrefacción. Al parecer llevaba tiempo descomponiéndome.



Nota: Este cuento fue publicado en la antología "Sin Vientre" de la revista Aeternum.

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